domingo, 7 de mayo de 2017

9 DE MAYO, DÍA DE LA VICTORIA SOBRE EL FASCISMO Y RECORDATORIO



«Aquella tarde hablamos largo y tendido. Sabía lo que le aguardaba: ¡la bala! Pero de aquello apenas hablaba; sólo veía el futuro, para los otros.
Todavía unas pocas semanas — decía – quizá un poco más, y entonces...” No terminó la frase y se encogió ligeramente de hombros, como si quisiera decir: siempre hemos sabido que podíamos acabar así, pero el trabajo, el Partido, la lucha, lo exigían y mi vida valió la pena ser vivida porque fue una vida llena de lucha. La manera en que se han desarrollado las cosas nos da la razón; han ido como queríamos que fuesen, y al principio de esta guerra no tuve que dudar ni un segundo. Está bien así. Todo esto e incluso más fue lo que sentí y entendí aquella tarde sin que lo expresara a las claras; lo pude leer en sus ojos y creo que no me equivoqué»
                                                                                                                        Nico Rost






El día 9 de mayo se cumplen 72 años de la derrota militar de las potencias nazi-fascistas. La bandera roja, por fin, ondeaba sobre el Reichstag, cobijando a todos los que habían luchado contra el fascismo, para empezar a los 27 millones de ciudadanos y soldados soviéticos que dieron su vida; pero también a los partisanos yugoslavos, y a los griegos, y a los franceses, y a los republicanos españoles, que habían empezado a luchar, con las armas en la mano, tres años antes que el resto. La guerra desatada por la bestia fascista dejó 60 millones de muertos y buena parte del continente destruido. Fue la mayor catástrofe de la historia de la humanidad, una hecatombe de proporciones bíblicas.


Fue Theodor Adorno quien dijo que “tras Auschwitz no se puede escribir poesía”, pero voy a citar a Neruda, “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”, para que entendamos el valor de la memoria, como recordatorio ineludible de la barbarie y como su purgante imprescindible. No. No nos podemos permitir el lujo del olvido. Nunca. Jamás. O lo pagaremos muy caro, nosotros y las generaciones que vengan. Hoy, cuando escribo estas líneas, apenas 72 años después del júbilo de la victoria, los franceses están votando para elegir un nuevo Presidente de la República, y se debaten entre un sociópata neoliberal (un darwinista social) y una fascista declarada, que apenas se molesta en disimularlo.

La bicha jamás dejó de incubar sus huevos, alimentada por el capital, para cuando sus retoños fueran necesarios. Y los huevos han eclosionado en Ucrania, en buena parte del este de Europa, en Austria, en Holanda, en Gran Bretaña, en Francia, en España… El fascismo crece en toda Europa, al calor de la crisis del capitalismo y como consecuencia directa de la globalización neoliberal. De la misma forma que la crisis del 29 del siglo pasado, sirvió en bandeja el crecimiento y la toma del poder, en un sentido reaccionario y para garantizar su hegemonía a las clases dominantes, a los movimientos fascistas en diversos países europeos, con las consecuencias conocidas y descritas someramente más arriba.

El ejemplo francés ilustra la debacle de las izquierdas europeas y de los movimientos progresistas; como decíamos, los franceses van a optar entre un sujeto muy de derechas, del extremoliberal, y una fascista sin careta. Ninguna opción de izquierda, ni clásica, ni posmoderna, ha pasado a la segunda vuelta. La izquierda está desapareciendo del escenario europeo desde la catastrófica implosión de la Unión Soviética. Ha perdido sus tradiciones, su orgullo de clase y su memoria de combate militante. Sin proyecto alternativo a la globalización neoliberal y al autoritarismo acelerado de los estados, más allá de la añoranza del viejo keynesianismo imposible, la izquierda se abandona a la melancolía y a dar vergüenza ajena, que es todavía peor. Sin ideas, abandonando los conflictos de clase a su suerte, acomplejada y asumiendo la derrota con una estúpida irresponsabilidad. Ese es el estado de lo que queda de la izquierda, y menciono el término tapándome la nariz.

En los terribles años treinta del siglo pasado, el ascenso del fascismo se topó con la resistencia heróica y sin cuartel de los comunistas, de otras fuerzas progresistas y de los poderosos sindicatos de clase; en las calles de las ciudades y en las partidas partisanas; en las fábricas y en los campos. Y por fin, cuando el Eje nazi-fascista lanzó su desafío en forma de divisiones acorazadas, invadiendo, destruyendo y asesinando a diestro y siniestro, la Unión Soviética se desangró en el combate, pero perseveró hasta destruir a la bestia y plantar el estandarte rojo de la clase obrera en el centro mismo de la guarida de la bicha.

Nada de eso nos queda. Y si perdemos la memoria, si caemos en la dulce y atorrante tentación del olvido, habremos perdido definitivamente el hilo rojo de la historia, sobre el que construir de nuevo la resistencia, en este laberinto de los pasos perdidos, Y entonces sí, será imposible escribir poesía.


                                                                                                     Antonio Saceda (@sacedator)

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